El Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado llega en un momento crítico. Con Donald Trump en la Casa Blanca preparando una escalada militar sobre Venezuela con miras a desplazar el poder el regimen dictatorial, el reconocimiento internacional a Machado introduce una nueva variable en el tablero geopolítico. La pregunta crucial no es si el premio es merecido, sino cómo interactúa con el teatro de operaciones real —la mesa de negociación donde se decidirá el futuro del país— y si acelera el camino hacia un conflicto militar o, paradójicamente, facilita una salida negociada.
El Timing Estratégico
El otorgamiento del Nobel en octubre de 2025 coincide con un momento en que Washington se prepara para una escalada de presión sobre Venezuela. Independientemente de las intenciones del Comité Nobel, el reconocimiento internacional a Machado llega cuando Estados Unidos necesita legitimar una intervención más agresiva. Este timing crea una interacción estratégica significativa.
El premio del Comité Nobel noruego —históricamente sensible a las dinámicas geopolíticas occidentales— funciona en la práctica como operación de lawfare internacional: establecer quién tiene legitimidad democrática antes de que se ejerza la presión máxima. Es preparar el terreno narrativo para lo que viene. Y los noruegos, históricamente mediadores en el conflicto venezolano hasta hartarse de los desplantes del madurismo, envían aquí un mensaje inequívoco sobre dónde está la legitimidad.
Lecciones de Ressa y Murátov: El Nobel Como Escudo Diplomático
Para entender el impacto real del Nobel a Machado, conviene revisar los paralelismos históricos recientes. Cuando María Ressa ganó el premio en 2021 en el contexto de los crímenes de lesa humanidad de Duterte en Filipinas, se hizo de un escudo diplomático que el régimen no pudo penetrar. Duterte no la pudo encarcelar sin costos políticos impagables. El Nobel no derrocó al poder, pero alteró el equilibrio narrativo. Ressa pasó de ser una periodista acosada a ser una figura de referencia global. Su premio deslegitimó al régimen más que derrocarlo. Duterte eventualmente terminó en La Haya.
Dmitri Murátov en Rusia muestra otra variante: es cierto que terminó exiliado y la Novaya Gazeta proscrita, pero el Nobel le otorgó legitimidad permanente frente al régimen autoritario de Putin. Murátov es hoy la cara “respetable” de la Rusia liberal en el exilio, con acceso y credibilidad global que ningún otro opositor ruso puede igualar.
El Nobel a Machado sigue este patrón: avala su papel como la figura legítima de la transición, del mismo modo que Ressa y Murátov fueron validados como portavoces de la “otra” Filipinas y la “otra” Rusia. El premio define legitimidad moral antes de la legitimidad política. En términos prácticos, consolida la figura con quien el mundo —y eventualmente el régimen— tendrá que negociar.
El Triple Mensaje Geopolítico
El Nobel comunica simultáneamente en tres direcciones, y esta es su verdadera potencia estratégica:
A Trump y Occidente les dice: “esta es la interlocutora legítima”, el activo diplomático sobre el que pueden apuntalar la presión, sea cual sea la forma que esta adopte. Cualquier acción de Washington —desde sanciones secundarias hasta opciones militares— puede ahora enmarcarse como “apoyo a la Nóbel de la Paz”. Esto neutraliza muchas críticas y apuntala la narrativa por la lucha por la recuperación de la Democracia del pueblo venezolano.
A Maduro y los militares venezolanos les señala con claridad con quién deben negociar, otorgándole a Machado la autoridad simbólica necesaria para una transición pactada. El mensaje implícito es clarito: no van a negociar con figuras secundarias o con una oposición fragmentada. La oposición caprilista no va pal baile. Si hay salida negociada, será con ella. Esto le da a la costra madurista y a los militares una contraparte clara si deciden explorar acuerdos.
A la opinión pública global le comunica que “la democracia venezolana tiene rostro y nombre”, haciendo mucho más difícil para el madurismo presentarse como víctima de una agresión imperial. La narrativa de “conspiración estadounidense” se complica cuando la figura central tiene el Nobel de la Paz.
La Paradoja: Fortalecimiento Dual en la Mesa de Negociación
Aquí está la complejidad táctica que quiero resaltar: el Nóbel fortalece simultáneamente dos posiciones contradictorias en la mesa de negociación real.
Para la estrategia de presión máxima de Trump—escalada militar—el premio podría legitimar esa escalada y reducir los costos políticos internacionales. Pero simultáneamente, le da al régimen de Maduro algo que puede usar en negociaciones: la carta de que está negociando con “la comunidad internacional”, no simplemente capitulando ante Washington. Si el chavismo eventualmente acepta una transición negociada, puede presentarla internamente como reconocimiento al “diálogo” en lugar de una rendición.
El Nóbel institucionaliza a Machado como contraparte legítima, lo que paradójicamente hace más negociable un acuerdo. Todos los actores pueden ahora articular narrativas aceptables para sus bases: el régimen puede decir que negocia con legitimidad internacional, Machado puede aceptar compromisos sin parecer que traiciona la lucha porque tiene el Nobel, Trump puede declarar victoria al forzar una transición, y los militares venezolanos pueden presentar un acuerdo como responsabilidad patriótica.
El Nobel y la Dinámica de Negociación
El Nobel introduce una variable compleja en la mesa de negociación. Por un lado, le da a Machado legitimidad global que complica cualquier narrativa del régimen sobre “agentes del imperialismo”. Por otro, para Maduro y su círculo, negociar con Machado sigue siendo negociar con Washington —el Nobel no cambia esa ecuación fundamental.
Donde el premio sí tiene impacto real es en crear presión desde otros actores. Brasil, Colombia, México y potencias europeas ahora tienen menos margen para mantener posiciones ambiguas. El Nobel les incentiva a tomar posición más clara sobre quién consideran interlocutor legítimo. Esto estrecha el espacio de maniobra del régimen para dividir a la comunidad internacional, ante quien lucen cada días más aislados.
Para el alto mando militar venezolano, el Nobel recalibra cálculos de otra manera. Les presenta una figura que, aunque alineada con Washington, tiene suficiente legitimidad internacional como para que conversaciones exploratorias no sean simplemente “traición” sino “responsabilidad ante la presión global”. Es una distinción sutil pero políticamente significativa en las dinámicas internas del régimen.
¿Más Cerca de la Guerra o la Negociación?
Es ambas: el escenario de escalada militar se hace más factible porque Trump tiene ahora mayor legitimidad internacional para este tipo de acciones. Una intervención humanitaria, un bloqueo naval, operaciones encubiertas —todas estas opciones que antes eran políticamente muy costosas— ahora pueden presentarse como “protegiendo a la Nobel de la Paz”.
Pero simultáneamente, una salida negociada se vuelve más viable precisamente porque todos los actores pueden salvar la cara. El régimen negocia con legitimidad internacional, no se rinde ante el imperio. Machado acepta compromisos respaldada por el Nobel. Trump declara victoria sin invadir. Los militares presentan el acuerdo como patriotismo ante la amenaza externa.
Póker, No Ajedrez: El Rol del Azar en la Complejidad
Para cerrar este análisis, es crucial entender que Venezuela no se juega como ajedrez, donde todos ven el tablero y gana la mejor estrategia. Venezuela se juega como póker de altas apuestas, donde nadie sabe realmente las cartas del otro, el bluf es parte del juego, y ganar depende tanto de la percepción como de la realidad.
Nadie conoce realmente la mano del otro. ¿Cuánta lealtad militar real conserva Maduro? ¿Está Trump genuinamente dispuesto a usar fuerza o solo blufea? ¿Qué capacidad de movilización tiene Machado después de un año clandestina? ¿Cuánto apoyo seguirán dando Rusia y China si la presión sube? Nadie puede predecirlo a ciencia cierta.
El bluf es central. Maduro blufea con sus milicias y control inquebrantable. Trump con opciones militares de alcance limitado. Machado con una oposición unificada que sigue fragmentada. Los generales con lealtad mientras quizás negocian en secreto. Las potencias externas blufean sobre compromisos que se sostienen por la conveniencia.
La percepción es realidad. En póker, lo que tu rival cree que tienes es tan importante como lo que realmente tienes. El Nóbel cambia percepciones, y en este juego, eso mueve fichas reales. Si los generales venezolanos creen que el madurismo perderá eventualmente, esa creencia puede volverse realidad e influir en sus lealtades y decisiones.
El Nobel es una jugada clásica de póker: sube la apuesta, cambia percepciones sobre quién tiene la mano fuerte, y obliga a todos los demás jugadores a recalcular si siguen en el juego o se retiran. Los noruegos acaba de poner suficientes fichas sobre la mesa con esta carta visible. Ahora todos deben decidir: ¿igualan la apuesta, suben más, o se retiran?
La diferencia entre póker y ajedrez es que en ajedrez, el mate es inevitable si juegas perfectamente. En póker, puedes tener la mejor mano y aun así perder si te retiras, o ganar con cartas mediocres si todos los demás se retiran primero. El azar —quién blufea mejor, quién calcula mal el riesgo, quién aguanta más presión— juega un rol decisivo en el desenlace.
El Nobel no garantiza que la democracia venezolana gane esta mano. Simplemente ha subido lo suficiente la apuesta como para que mantener el statu quo ya no sea opción viable. En los próximos días veremos quién tiene realmente las cartas para sostener el bluf, quién decide retirarse, y quién está dispuesto a ir all-in. Lo único seguro es que la partida acaba de volverse mucho más cara para el madurismo, y que en esta complejidad, el azar puede definir más que la estrategia.
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