Ayer Venezuela votó. O al menos algunos lo hicieron. El teatro del poder proclamó desde el CNE un 43% participación y elogió la “jornada cívica”. Pero las imágenes contaban otra historia.
Calles vacías, centros electorales desiertos. “Parecía un 1 de enero”, dijo un amigo desde Margarita. Sin votantes, las cámaras revelaron el deterioro de las escuelas: paredes descascaradas, techos con filtraciones, entornos en ruinas. Las aulas mostraban una realidad: un país donde el futuro —la educación— está tan derrumbado como la política. Donde las urnas se montan en ruinas para fingir democracia mientras todo se cae lentamente a pedazos.
43% de participación es un número sin carne. La realidad fue el vacío. Y no el vacío del abstencionismo como protesta organizada, sino el vacío de la resignación. La certeza de que en Venezuela votar no decide: cumple un rito que sostiene al poder. Un sistema electoral opaco impide la verificación y anula el control ciudadano. Lo de ayer no fue una elección, sino un espectáculo montado sobre ruinas.
Todos perdimos
- Maduro mantuvo el control, pero a costa de exponer la fragilidad de su legitimidad. Cada imagen de centros electorales derrumbados recuerda su fracaso. El sistema electoral, despojado de transparencia y seguridad, asegura su dominio: ni una alta participación ni una abstención masiva lo desafían. Como señala Moisés Durán, el madurismo reconduce cualquier nivel de participación para presentarlo como respaldo, mientras el CNE, con la complicidad de la Fuerza Armada y el TSJ, ignora su deber de pulcritud y justicia. La abstención, aunque alta, se reduce a un obstáculo menor, y el fraude estructural convierte incluso un apoyo opositor en una victoria aparente para el régimen. Maduro sobrevive, pero su aislamiento crece, y su poder se sostiene sobre un vacío cada vez más evidente.
- Rosales, que ni siquiera logró su gobernación, se convierte en una especie de Pedro Páramo de la política venezolana, un espectro viviente solo porque nadie se atrevió a cerrarle la puerta del todo.
- Capriles, nuestro Santiago Nasar, camina hacia su destino fatal, con su escaño parlamentario a cuestas: no solo no gana poder real: pierde la poca credibilidad que le quedaba.
- María Corina Machado se aferra al descontento, pero su apoyo mengua. La operación Guacamaya le dio un éxito simbólico, pero su apuesta insurreccional, atada a un Trump impredecible, repite el guion fallido de Guaidó. Machado espera un salvador que no llega, cual Madame Bovary, mientras la realidad la arrastra.
Lo que muchos celebran como “resistencia” es, en realidad, el eco de un país que ya no sabe cómo rebelarse. Un país hastiado. Ayer, la escuela en ruinas simbolizó a Venezuela: un telón donde el poder finge normalidad entre escombros. Este proceso electoral ocurrió bajo una represión brutal, diseñada para infundir miedo, desarticular disidencia y sofocar cualquier organización social.
Lo que viene no es muy esperanzador. Machado seguirá su apuesta incierta, mientras el gobierno refuerza su control a costa de más aislamiento, represión y miseria. La gente, atrapada entre miedo y desesperanza, seguirá bregando en medio del derrumbe o buscará huir.
Venezuela enfrenta otro ciclo de estancamiento. Lo que ayer quedó claro es que no se votó por un futuro, sino por un vacío. Un vacío de poder sin legitimidad, de liderazgos fracturados, pero que expone también una lucha contra el abandono. Ese vacío paraliza, pero también genera tensiones. No se apagan las señales de descontento que rompen la resignación..
Comentarios
¡Únete a la discusión en X! Comparte tu opinión sobre este artículo.
Comentar en X