Artículos sobre: Elecciones

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28 de mayo de 2025

De apretones y de 'apretones'

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Ayer, Henrique Capriles aceptó su curul en la Asamblea Nacional madurista. Lo hizo con un apretón de manos a los miembros del CNE. Un gesto cargado de simbolismo, que él comparó con aquel entre Fidel y el Papa. Pero la imagen evocaba más bien el apretón de Chamberlain con Hitler: un gesto cargado de esperanza, pero dirigido a un interlocutor que no está dispuesto a ceder nada.

Chamberlain y Hitler

Capriles no saludó a un adversario dispuesto a negociar. Saludó a un régimen que controla cada milímetro del poder. Que se atrinchera detrás de cifras que no cuadran, que oculta resultados, que reparte curules a dedo. Y Capriles, como los demás, no cuestionó. Se acomodó en su silla, incómodo, aceptando el juego.

No estaba solo. Falcón, Stalin González y otros también hicieron fila para saltar por el aro ofrecido por Maduro. Ninguno cuestionó. Ni siquiera cuando los números desafiaban toda lógica: cinco millones de votos para el PSUV, trescientos mil para Capriles y compañía, pero 17 curules adjudicados a la oposición—total, ¿qué importa la aritmética y la legalidad contra el poder?

Ese silencio recordaba a Chamberlain: el gesto de quien baja la cabeza, esperando que al ceder se abran puertas. Pero esas puertas llevan a callejones sin salida. Porque el régimen madurista no es una oligarquía que juega a la negociación, como la brasileña de los años ochenta. No es un grupo de generales con incentivos para pactar, aunque sea por pragmatismo. Es un sistema construido sobre el extractivismo, sobre economías ilegales, sobre la lógica de la supervivencia a cualquier precio. Un sistema que no abrirá el juego mientras no se vea forzado a hacerlo.

Capriles parece apostar a ser el Tancredo Neves venezolano: moverse dentro de los resquicios del poder, buscar grietas desde dentro, confiar en que el desgaste de los años abra una salida. Seguramente, como Neves, hasta será vicepresidente de la Asamblea madurista. Pero Tancredo jugaba en otro tablero. Lo hacía con un régimen que comenzaba a resquebrajarse, que reconocía la necesidad de una transición, empujado por los intereses de su burguesía y el contexto internacional. Aquí, Maduro y su coalición no muestran señales de lo mismo. Lo suyo no es preparar una salida: es ganar tiempo.

Mientras tanto, la abstención de más del 85% refleja el rechazo de un país que ya no cree ni en los rituales democráticos ni en quienes los protagonizan. Muchos se quedaron en casa. Algunos por seguir a María Corina Machado, pero muchos más porque ya no creen que el voto sirva para nada. Después del fraude presidencial, después de años de terror y represión, nadie fue capaz de explicarles cómo participar sin parecer parte del mismo circo.

Capriles, con su giro, con su nueva apuesta estratégica, necesita un relato creíble. El marco que alguna vez lo diferenció del chavismo se desdibuja. Hoy su figura se confunde con las sombras de quienes maniobran solo para sobrevivir. Y aunque hay que reconocerle el riesgo—porque siempre es valiente meterse en el foso de los leones—uno no puede evitar preguntarse cuál es el valor real de esta apuesta.

Y así seguimos atrapados en el mismo bucle: entre quienes apuestan por maniobrar y quienes prefieren “esperar”, sin saber bien a qué. Con una oposición funcional que se mueve en círculos, sin un plan claro, sin estrategia, sin narrativa. Con otra oposición radical que espera a Godot. Y con un régimen que, tras dejar al país en ruinas, se aferra al poder como un náufrago a un tronco, no porque tambalee, sino porque soltarse sería su fin.

Quizás mañana cambie algo. Quizás no. Por hoy, solo queda mirar el apretón de manos de Capriles y preguntarse si es el saludo a un futuro posible, o la despedida de lo que alguna vez fue.

27 de mayo del 2025

El día después: elecciones, polarización y el eterno retorno opositor

Ayer, 25 de mayo de 2025, el madurismo celebró su “victoria” electoral, mientras la oposición vivía otro capítulo de reclamos y reproches. Una vez más, la oposición tradicional abatida por sus amargas divisiones. Otro episodio conocido. Otro domingo electoral, otro debate agotado: participar o abstenerse, votar o rechazar la trampa. El madurismo pinta lo que quiere, mientras la oposición sigue discutiendo si el problema es el pincel o el lienzo.

No es un debate nuevo; lleva veinte años repitiéndose. En 2005, la oposición boicoteó las parlamentarias y el chavismo tomó todo. En 2015, votó masivamente, ganó la Asamblea Nacional, pero el régimen neutralizó la victoria. En 2020, volvió el boicot y volvió el resultado habitual: hegemonía madurista. El fraude del 28 de julio de 2024 empujó hacia la abstención masiva de ayer. Cada elección parece terminar en la repetición del mismo guión: cambian algunos actores, pero el telón cae igual. El madurismo aplaude y se consolida mediante la represión y el terrorismo de Estado, mientras la oposición se apuñala entre recriminaciones.

Quien ostenta el poder es el principal beneficiario de la polarización. Chávez la usó como principio estratégico siempre, y el madurismo en eso sí lo copia. Los que votaron defienden la necesidad de preservar espacios institucionales, aunque sean mínimos; ocupar gobernaciones y alcaldías para tener voz y presencia, para mostrar que aún hay resistencia. Los abstencionistas replican que votar legitima un sistema tramposo, como si el madurismo necesitara legitimidad cuando ha demostrado sobradamente que hará todo lo necesario para mantener el poder. Unos insisten en jugar al ajedrez contra un tramposo, otros prefieren voltear el tablero. Ninguno gana el juego y el madurismo se queda con el premio.

Pero esa “victoria” del régimen es falsa. El madurismo acumula poder, sí, pero no apoyo social. Acumula odios y resentimientos. Gobierna desde un abismo político, donde sus actos no generan efectos reales más allá de su propio círculo. Destruye el Estado para sobrevivir, consumiéndose lentamente en su vacío. Por eso ayer escribí que con la elección del 25M, todos pierden. Gana el hastío.

Quizás el verdadero debate no sea elegir entre el martillo o el destornillador, sino comenzar a construir juntos una casa. Someter al sistema a una presión permanente que lo obligue a adaptarse. Votar no para ganar, porque eso es imposible en dictadura, sino como forma de organización y presión. Participar en elecciones locales allí donde se pueda avanzar. Protestar en las calles. Exigir auditorías internacionales. Tejer redes comunitarias que sostengan la lucha más allá del voto. Encontrar una narrativa común que una a los que votan y a los que no: todos queremos democracia.

Como una hidra que regenera sus cabezas al ser atacada, el régimen madurista parece antifrágil, fortaleciéndose con cada intento de confrontación aislada. Pero incluso las hidras caen si el ataque es constante y coordinado, todas las formas de lucha son posibles. La resistencia debe ser organizada y multifacética, capaz de convertir cada acción en una oportunidad para erosionar al régimen y fortalecer el tejido cívico.

Venezuela está atrapada en un disco rayado. Cada elección, la misma canción. Cada derrota, las mismas culpas. Pero el cambio no vendrá de una urna ni de un boicot. Tampoco vendrá de “salvadores” externos. Llegará cuando, más allá del pincel o del lienzo, la oposición decida pintar un cuadro nuevo en conjunto, uno donde cada trazo, cada pequeña lucha, se convierta en presión constante. Solo entonces, cuando el régimen pierda su capacidad de regeneración, cuando la hidra no pueda recuperar sus cabezas, empezará el verdadero cambio.

Fuentes:

26 de mayo de 2025

Teatro entre ruinas

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Ayer Venezuela votó. O al menos algunos lo hicieron. El teatro del poder proclamó desde el CNE un 43% participación y elogió la “jornada cívica”. Pero las imágenes contaban otra historia.

Calles vacías, centros electorales desiertos. “Parecía un 1 de enero”, dijo un amigo desde Margarita. Sin votantes, las cámaras revelaron el deterioro de las escuelas: paredes descascaradas, techos con filtraciones, entornos en ruinas. Las aulas mostraban una realidad: un país donde el futuro —la educación— está tan derrumbado como la política. Donde las urnas se montan en ruinas para fingir democracia mientras todo se cae lentamente a pedazos.

43% de participación es un número sin carne. La realidad fue el vacío. Y no el vacío del abstencionismo como protesta organizada, sino el vacío de la resignación. La certeza de que en Venezuela votar no decide: cumple un rito que sostiene al poder. Un sistema electoral opaco impide la verificación y anula el control ciudadano. Lo de ayer no fue una elección, sino un espectáculo montado sobre ruinas.

Todos perdimos

  • Maduro mantuvo el control, pero a costa de exponer la fragilidad de su legitimidad. Cada imagen de centros electorales derrumbados recuerda su fracaso. El sistema electoral, despojado de transparencia y seguridad, asegura su dominio: ni una alta participación ni una abstención masiva lo desafían. Como señala Moisés Durán, el madurismo reconduce cualquier nivel de participación para presentarlo como respaldo, mientras el CNE, con la complicidad de la Fuerza Armada y el TSJ, ignora su deber de pulcritud y justicia. La abstención, aunque alta, se reduce a un obstáculo menor, y el fraude estructural convierte incluso un apoyo opositor en una victoria aparente para el régimen. Maduro sobrevive, pero su aislamiento crece, y su poder se sostiene sobre un vacío cada vez más evidente.
  • Rosales, que ni siquiera logró su gobernación, se convierte en una especie de Pedro Páramo de la política venezolana, un espectro viviente solo porque nadie se atrevió a cerrarle la puerta del todo.
  • Capriles, nuestro Santiago Nasar, camina hacia su destino fatal, con su escaño parlamentario a cuestas: no solo no gana poder real: pierde la poca credibilidad que le quedaba.
  • María Corina Machado se aferra al descontento, pero su apoyo mengua. La operación Guacamaya le dio un éxito simbólico, pero su apuesta insurreccional, atada a un Trump impredecible, repite el guion fallido de Guaidó. Machado espera un salvador que no llega, cual Madame Bovary, mientras la realidad la arrastra.

Lo que muchos celebran como “resistencia” es, en realidad, el eco de un país que ya no sabe cómo rebelarse. Un país hastiado. Ayer, la escuela en ruinas simbolizó a Venezuela: un telón donde el poder finge normalidad entre escombros. Este proceso electoral ocurrió bajo una represión brutal, diseñada para infundir miedo, desarticular disidencia y sofocar cualquier organización social.

Lo que viene no es muy esperanzador. Machado seguirá su apuesta incierta, mientras el gobierno refuerza su control a costa de más aislamiento, represión y miseria. La gente, atrapada entre miedo y desesperanza, seguirá bregando en medio del derrumbe o buscará huir.

Venezuela enfrenta otro ciclo de estancamiento. Lo que ayer quedó claro es que no se votó por un futuro, sino por un vacío. Un vacío de poder sin legitimidad, de liderazgos fracturados, pero que expone también una lucha contra el abandono. Ese vacío paraliza, pero también genera tensiones. No se apagan las señales de descontento que rompen la resignación..

Votar para Resistir, Antes del Asalto Final, a pesar del Fraude

En Venezuela, la derrota de la democracia no se marca con un evento, sino por una larga cadena de traiciones.

El 28 de julio de 2024, esa cadena añadió su eslabón más doloroso: el robo descarado del voto popular, la negación flagrante de la voluntad ciudadana. Esa herida permanece abierta. No puede ni debe olvidarse.

Hoy, el poder convoca elecciones regionales para mayo de 2025 con un propósito evidente: consolidar su control territorial y allanar el camino para su próxima maniobra estratégica, un referéndum que impondría una nueva Constitución, sellando el cierre definitivo del sistema político y extinguiendo toda posibilidad de alternancia en el poder.

Sabemos que la cancha está inclinada. Sabemos que el árbitro es cómplice. Sabemos que las cartas están marcadas. Sabemos que el fraude será sistemático. Sabemos que los resultados ya están escritos.

Entonces, ¿por qué participar?

La respuesta no es ingenua, sentimental ni visceral; debe ser estratégica.

No votamos por confiar en el proceso. Votamos porque la resistencia organizada sigue siendo esencial para debilitar al régimen, fortalecer nuestro músculo cívico y enfrentar el inminente asalto constitucional. Quizás, en determinados contextos, la abstención puede ser una forma legítima de resistencia cívica. No negamos que, bajo determinadas condiciones, negarse a participar sea un rechazo poderoso al sistema. Sin embargo, en la Venezuela actual, donde la abstención no se articula como acción colectiva organizada, sino como dispersión individual, creemos que votar estratégicamente — como un acto de resistencia activa, visible y estructurada — ofrece una mejor oportunidad para socavar al régimen y sostener el músculo cívico ante el asalto constitucional que se avecina.

La ruptura de confianza

El pueblo venezolano ha demostrado su voluntad de cambio: en las primarias de 2023, en las elecciones de 2024, en el rechazo masivo al referéndum sobre el Esequibo, en las luchas laborales, estudiantiles, y en la exigencia de justicia por los presos políticos.

Sin embargo, esa voluntad ha sido traicionada no solo por la colaboración oportunista de algunos sectores, sino también, dolorosamente, por el liderazgo que convocó la movilización popular y luego no supo acompañarla.

Cuando el fraude del 28J generó una rebelión popular, el liderazgo no estuvo allí. Cuando se prometió “cobrar” con la instalación de un nuevo gobierno el 10 de enero, se alimentaron expectativas que luego fueron defraudadas. Esta doble ruptura profundizó la desconfianza popular y minó la capacidad de convocatoria.

Hoy, la mayoría política persiste, pero su cohesión emocional ha sido gravemente dañada.

Este hecho debe ser reconocido con humildad, no negado ni minimizado, para poder abrir una nueva etapa de reconstrucción cívica real.

¿Por qué participar, entonces?

Participar en mayo de 2025 no es un acto de fe. Tampoco es una validación del sistema.

Es, ante todo, una apuesta estratégica basada en cinco razones fundamentales:

  1. La abstención no impide la legitimación: El régimen llenará los cargos igual, incluso con bajísima participación. Pero el silencio facilita su narrativa de normalidad. La resistencia visible lo desestabiliza.
  2. Votar no es legitimar: El régimen ya perdió toda legitimidad. De eso no se regresa. Pero aún puede imponerse por la fuerza. Votar no es reconocerlo: es rechazar la imposición del silencio, es negarse a dejarles solos en la cancha con su brutalidad. La dictadura no teme al voto por lo que pueda contar, sino por lo que puede convocar.
  3. Hay que mantener vivo el músculo organizativo: Cada elección es una oportunidad para ensayar redes de protección y organización territorial. Sin ejercicios de organización, el cuerpo cívico se atrofia.
  4. Fragilidad acumulativa: El régimen madurista no es un poder monolítico, sino una hidra: cuando pierde una cabeza, se adapta, se regenera, muta. Pensar que caerá de un guamazo, una fecha clave o un desenlace heroico es ignorar su naturaleza. Solo el desgaste acumulado, repetido, organizado, puede mermarle. Cada elección, cada denuncia pública, cada red que se activa, es una grieta más que acumula su fragilidad.
  5. Prepararse para la verdadera batalla: El referéndum constitucional será un hito estratégico. Llegar a esa cita con un movimiento cívico desmovilizado sería un suicidio político.

¿Cómo participar sin ser absorbidos?

La clave está en cambiar el marco de interpretación. No se vota para ganar cargos. Se vota para acumular fuerza y exponer la ilegitimidad. Se vota para reconstruir redes cívicas y entrenar la resiliencia política. Se vota para resistir.

Esto exige:

  • Narrativas claras: movilizar sobre la base de la resistencia activa, no de promesas ilusorias.
  • Redes de conteo paralelo y solidaridad cívica: anónimas, descentralizadas, resilientes.
  • Organización comunitaria: donde cada centro de votación sea también un centro de resistencia social.
  • Denuncia rápida y metódica: documentar cada abuso, cada irregularidad.
  • Presión internacional sin subordinación: denunciar, sin caer en la súplica ni en el entreguismo.

¿Todo esto ya no se ha hecho acaso?

Participar de esta manera no garantiza victorias inmediatas.

Pero no participar garantiza el avance del cierre total.

La lucha en Venezuela no será limpia, ni corta, ni heroica en el sentido romántico.

Será sucia, larga, dura. Será política en el sentido más cruel y también más verdadero: una lucha de voluntades organizadas bajo condiciones de asimetría brutal.

Por eso, hoy más que nunca:

No dejemos que la desesperanza nos paralice. No dejemos que el oportunismo nos compre. No dejemos que la dictadura cierre la historia sin resistencia.

Hacer del voto resistencia activa es la afirmación de que aún existimos como cuerpo político.

Es la preparación para el momento decisivo que vendrá.

Heidi Reichinnek: la reina roja de TikTok que salva a la izquierda alemana

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Hay mucho en juego en las elecciones alemanas de este domingo. Para el país y para Europa. La prensa local dice que “podrían ser las más trascendentales desde que Kohl dejó el poder tras 16 años”.

El “motor económico” de Europa no crece desde hace casi cinco años. Dependía de la energía barata rusa y del mercado chino. La guerra en Ucrania interrumpió lo primero. El auge de la industria automovilística china tiene en jaque lo segundo. El costo de vida sube sin freno en un país donde el temor a la inflación tiene raíces históricas.

Súmale el debate sobre inmigración — legal o no — en una Alemania que envejece, y las incertidumbres que abre el giro geopolítico con Trump. Eso, más la lucha contra el calentamiento global, aprietan y rompen un panorama político ya fracturado.

No habrá sorpresas: Friedrich Merz, de la CDU, debería ganar. Para gobernar, necesitará aliarse con el SPD, los verdes y algún partido menor — reedición de la coalición que, bajo Merkel, consolidó el consenso neoliberal y la austeridad como política de Estado. El caldo de cultivo para el fascismo del AfD, como apuntan en sus estudios las economistas Isabella Weber y Clara Mattei.

El pacto roto

Pero en la campaña pasó algo grande: Merz rompió el “cordón sanitario”, el pacto que aislaba a la ultraderecha desde la posguerra, al juntarse con los neonazis del AfD para respaldar una resolución contra la inmigración ilegal. Lo hizo por oportunismo político, calculando que la movida reforzaría su popularidad entre un electorado inquieto ante una serie de ataques violentos cometidos por migrantes.

Pero le salió el tiro por la culata: desató un cisma en un panorama ya fracturado, donde quizá el mayor beneficiado haya sido Die Linke — el viejo partido de izquierda de la RDA — impulsado por su lideresa, Heidi Reichinnek.

En el debate que sacudió el Bundestag, la líder de la fracción parlamentaria de Die Linke se plantó con furia. Heidi Reichinnek habló sin filtro, lejos del tono tieso del Parlamento. Acusó a Merz de abrirle la puerta al fascismo. Soltó un grito más de Comuna de París que de Bundestag: «No os rindáis, resistid al fascismo, ocupad las barricadas», con el que estremeció el lugar y prendió las redes. Los jóvenes se volcaron a Die Linke. La popularidad casi se duplicó. El partido, bajo el 5% y al borde del abismo, revivió. Su discurso despertó a una izquierda aletargada y clavó el traspié de Merz como el momento clave de la campaña.

La dupla que revive a Die Linke

Desde entonces, Reichinnek no para de crecer. La llaman la “Reina Roja de TikTok”. Pero no sube sola: una dirigencia unida y Gregor Gysi la sostienen. El veterano es de los más filosos en Alemania. Su lengua corta como látigo en el Bundestag. Debate con una maestría que hasta sus rivales aplauden. Reichinnek es la cara de este resurgimiento; Gysi, sus raíces. Su historia y estrategia levantaron a Die Linke del pozo. Ahora, a días de la elección, con 6.9% en las encuestas, pesa en las negociaciones para formar gobierno.

Merz cruzó una línea el 29 de enero de 2025 al aliarse con el AfD. No fue solo un error: quebró una tradición democrática de 70 años, nacida del pasado nazi de Alemania. El AfD, con 20–22% y cerca del segundo lugar, puede redibujar el mapa político, más ahora con el respaldo trasatlántico del trumpismo estadounidense. Die Linke, con 6–9% bajo Reichinnek y Gysi, tira del otro lado. Polariza el terreno entre una izquierda viva y una ultraderecha normalizada.

Voces contra el fascismo

El auge de Die Linke no es casualidad. La derecha y el fascismo avanzan en Europa y el mundo. Reichinnek y Gysi hacen lo que AOC y Bernie Sanders en Estados Unidos: plantarse contra el autoritarismo y el espectro del fascismo. Estas voces no solo resisten; despiertan a quienes ven el peligro de repetir la historia. En esta coyuntura, con el AfD oliendo poder y el mundo mirando, su rebelión grita que la democracia no se defiende callando. Apoyarlas no es opción, es necesidad.

“Solo muertos saldremos de Miraflores”

La Venezuela política amanece con resaca.

La emoción por las Corinas no tardó en transmutar a incertidumbre y luego a decepción, a pesar de que todos sabían que la sustituta no podía ser más que un gesto. Machado ya había fallado en obligar al “régimen” en aceptar su candidatura, como había prometido, y nada indicaba que lograría inscribir a una sustituta que prolongara su opción al estilo argentino de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.

Si algunos pensamos inicialmente que el escenario pudiera repetir una versión ampliada de lo ocurrido en Barinas, esto quedó rápidamente descartado ante la razzia del gobierno contra los cuadros de Vente.

No podía ser de otra forma.

El madurismo es un animal cercado por el rechazo popular, las millonarias recompensas sobre sus cabezas y las causas por crímenes de lesa humanidad que cursan ante la Corte Penal Internacional. Dejar el poder sería a costa de sus propias vidas.

Quienes trabajamos en los pasillos de Miraflores conocemos bien el ethos que define la cultura política madurista: “solo muertos saldremos de Miraflores”. Una frase que resonaba especialmente durante la noche del 14 de abril de 2013, cuando los avances del conteo de votos del CNE no favorecían a Nicolás.

El escenario electoral lo ha configurado el gobierno a su medida para, sobre dos maniobras, intentar superar el 80% de rechazo de su candidato Maduro: dispersar el voto e incentivar la abstención. Lo primero lo intentan con la pléyade de candidatos alacranes; lo segundo, incitando la indignación que resulta de su juego sucio y represión contra la opción triunfadora de la primaria opositora.

Contra la primera maniobra, se impone concentrar el voto. Con dispersión, no hay voto efectivo. En este sentido, Manuel Rosales, por su estructura y capital político, es quien luce con mayores probabilidades de ganarle al gobierno.

Contra la segunda, participación masiva.

Lograr participación masiva y voto efectivo depende de la libertad que la candidata Machado le brinde a su base para votar por el candidato de su preferencia, pero votar.

Ante la animosidad evidente entre Rosales y Machado, solo un poder superior sobre ellos podrá hacerlos coincidir en la táctica: la Casa Blanca. Erikson tiene el primer gran reto de su gestión.

La candidatura de Rosales no exime de riesgos a Maduro. Con Rosales. quizás el madurismo hasta tenga negociado un camino de salida que no implique cárcel y su eliminación política. Es posible imaginar que, si el voto opositor es abrumador y cuenta con el apoyo movilizador de Machado, quizás podamos despedirnos de la trágica historia que el madurismo ha significado para Venezuela.