Presidente Gabriel Boric, Presidente Gustavo Petro, Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, Presidente Pedro Sánchez, Presidente Yamandú Orsi:
Desde el exilio, como ciudadano venezolano y exministro del gobierno del presidente Hugo Chávez, me dirijo a ustedes, líderes progresistas reunidos en Santiago de Chile, con respeto, preocupación y sentido de urgencia.
Cada uno de ustedes encarna, en sus respectivos países, la esperanza de una política que supere la exclusión, la injusticia y la violencia que por décadas asolaron a nuestras sociedades. Les escribo como alguien que también creyó —y paga el precio por ello— que la democracia es el único camino legítimo para transformar el mundo.
Celebro que se reúnan en Santiago a debatir cómo protegerla. Que lo hagan en La Moneda, a medio siglo del golpe de Estado que derrocó y asesinó al presidente Salvador Allende y enterró la democracia chilena, no es un dato menor: es un gesto cargado de memoria. Que convoquen a intelectuales, movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil también lo es. Esa agenda, que comparto plenamente, exige también una mirada honesta hacia todas las amenazas que enfrenta la democracia, sin excepciones.
En el editorial que proclama los principios que inspiran esta cumbre, firmado por ustedes cinco, se menciona la “erosión de las instituciones”, el “avance de los discursos autoritarios” y el “retroceso en derechos fundamentales”. Se denuncia la amenaza de la ultraderecha global, con razón. Pero se evita nombrar al régimen que hoy encarna, con mayor cinismo, la cancelación de la democracia bajo ropaje democrático: la dictadura de Venezuela.
Sé de lo que hablo. Formé parte, durante más de una década, del proceso que en sus inicios prometió devolver la dignidad a los humildes y democratizar el poder. Una promesa traicionada con la muerte del presidente Chávez.
Lo que hoy domina en Venezuela no es un gobierno de izquierda: es un poder autoritario que utiliza el lenguaje del progresismo como disfraz, mientras desconoce la soberanía popular, viola la Constitución de la República y encarcela, persigue, censura y asesina.
El problema no es solo ideológico. Más allá de si un régimen se identifica con la derecha o la izquierda, el verdadero enemigo de la democracia es el autoritarismo, venga de donde venga. Bukele no es más aceptable que Maduro. Trump no es más peligroso que Ortega. La cancelación de las libertades no tiene bandera.
Cuando se persigue a un opositor, se encarcela a un sindicalista, se desaparece a un dirigente o se falsea una elección, el proyecto deja de ser democrático, aunque conserve un léxico “revolucionario”.
Mientras ustedes se reúnen en Santiago, la represión arrecia en Venezuela. Rodrigo Cabezas, exministro de Finanzas de Chávez, exparlamentario y líder del movimiento regional “Zulia Humana”, lleva casi 40 días desaparecido. Enrique Márquez, excandidato presidencial y exmiembro del Poder Electoral, fue encarcelado tras la ola represiva que siguió al fraude electoral del pasado 28 de julio.
Casi mil presos políticos siguen tras las rejas, entre ellos cuatro menores de edad. La prensa ha sido asfixiada. Decenas de comunicadores están desaparecidos o encarcelados. Las ONG han sido criminalizadas. Las elecciones convertidas en farsa.
Todo esto sucede hoy. No en el pasado. No en abstracto. Hoy.
Tan solo este fin de semana, organizaciones de derechos humanos denunciaron al menos 14 nuevas detenciones con desaparición forzada, entre ellas la del dirigente estudiantil Simón Bolívar Obregón.
Venezuela no es solo un drama interno. Es un factor de desestabilización para toda la región. Colombia enfrenta presiones sociales y desafíos de seguridad vinculados al éxodo venezolano. En Colombia no habrá “Paz Total” mientras en Venezuela no haya democracia real. Brasil, Chile, España también reciben cientos de miles de migrantes. No se puede hablar de integración regional sin asumir esta realidad. La herida venezolana los toca a todos.
Presidente Boric: en su país aún se buscan los cuerpos de los desaparecidos. Presidente Petro: usted sabe lo que es el exilio, el estigma y la violencia de Estado. Presidente Lula: conoce el peso de una celda política y ha sido víctima del lawfare. Presidente Sánchez: heredó un país que aún lidia con las fosas del franquismo. Presidente Orsi: representa a una sociedad que defendió la libertad frente al silencio.
Ustedes saben lo que significa una dictadura. Lo han vivido o lo han combatido. Callar ante lo que ocurre en Venezuela no es prudencia ni acepta cálculos políticos: es traición a esa memoria.
“Democracia siempre” no puede ser solo una consigna útil para enfrentar a los adversarios ideológicos. Se debe defender con coherencia y sin doble moral, o pierde todo su sentido. No se trata de intervenir. Se trata de no validar el simulacro. De no legitimar al verdugo.
Escribo porque aún creo que la palabra pública tiene un valor. Y cuando se ejerce desde posiciones de poder, el silencio también habla.
Porque si ustedes representan lo mejor de nuestras democracias, su silencio será leído como permiso. Y eso los pueblos no lo olvidan.
Con respeto,
Andrés Izarra
Exministro del gobierno de Hugo Chávez
Venezolano en el exilio
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